He decidido ser gota malaya ¿y vos?

Publicat el 03 de desembre de 2020 a les 13:00
Actualitzat el 03 de desembre de 2020 a les 13:02
Si has comenzado a leer este artículo por su título te comento que has caído en el recurso más usado en nuestros días del pseudoperiodismo. Sí, era tan sólo un “gancho”. La temática no va de ninguna tortura, ni china ni malaya, no. Va de la conmemoración del 20N, día escogido para hablar sobre los derechos de la infancia, sobre el 10D, día de los Derechos Humanos, pasando por otras citas más “novedosas” como lo son el Black Friday (27/11) y el Cyber Monday (30/11). No, no es otro “gancho”, en realidad es algo muy sencillo de explicar la interseccionalidad de todas estas fechas.

Bueno, en realidad va de una reflexión que me surgió a la hora de comprar chocolate. De hachís no, del otro, ése que está arriba de la pirámide nutricional, marcando su consumo como algo “excepcional” y que, en cambio, buscamos cuando hemos tenido un mal día, un buen día, para recompensarnos, para fustigarnos… en definitiva, para gestionar nuestra dopamina.

Me entero por Ester Oliveras que el 70% de la producción de cacao mundial se origina en Ghana y Costa de Marfil en unas condiciones que nada tienen que ver con las declaraciones ni del 20N ni las del 10D ni ninguna de la OCDE. Por el contrario, habla de condiciones de casi semi esclavitud en donde más de medio millón y medio de menores de edad ven como única alternativa a la supervivencia el trabajar en los campos de cultivos de cacao.

Aquí es el momento en que gran parte de las personas lectoras pueden pensar: “Ufff, ya estamos… como si por dejar de comerme una chocolatina voy a arreglar el mundo ¡ja!”, pues, tu chocolate más el mío y el del otro, suman la friolera cantidad de 4,7 millones de toneladas anuales del consumo mundial de chocolate. Y aquí es donde entra en juego eso que llaman trazabilidad, preocuparnos de qué consumimos, cómo fue producido y en qué condiciones. Ni más ni menos que el viejo y querido consumo responsable que nos dice también que los pequeños hábitos como comprar a granel y evitar las bolsas de plástico, actos muy sencillos (lo de toda la vida, ¡vaya!), nos convierte en esas “gotas malayas”.

Utilizo esta expresión con el mismo sentido que se usó por primera vez aquí a nivel mediático, cuando Felipe González se refirió a Pasqual Maragall por su constancia y tenacidad creando recurso tras recurso con el fin de lograr mejor financiación para Barcelona. El ejemplo del chocolate puede ser también el de tu camiseta de la empresa Inditex, el producto era algo anecdótico. Sin embargo, lo que no lo es tanto, es saber que el único país del mundo que ha pasado de la libre voluntad a la ley, a sancionar a aquellas empresas que no comprueben si en la cadena de producción o suministros existe explotación infantil, es Holanda.

La actual pandemia ha servido como catalizadora de todas estas cuestiones y nos hemos visto con la obligación de asumir las consecuencias de nuestros actos como personas y como sociedad (aquello del efecto mariposa), entendiendo que las desigualdades nos empobrecen como sociedad y el valor de lo colectivo. Ahora miro la trazabilidad de mi chocolate, por eso estiro las piernas y voy a la tienda de aquella chica tan simpática que vende a granel. Soy gota malaya que unida a otras exigiremos una ley como la holandesa y así mañana podré respirar sin mascarilla y saber que esa rica tableta de chocolate generó trabajos dignos y que los niños y niñas, en cambio, pudieron ir a la escuela a aprender a ser futuras gotas malayas.